Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres. Y habiendo orado a él, fue atendido; pues Dios oyó su oración, y lo restauró a Jerusalén, a su reino. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios. 2 Crónicas 33:12, 13.

Manasés fue uno de los más terribles reyes de Judá, por su idolatría, su perversión, su sadismo y su compromiso con el ocultismo de sus días. Sin embargo, luego de una vida de disipación, maldad y perversidad (incluso llegó a pasar a sus hijos por fuego), Dios permite, a través de la invasión babilónica que termina en su cautiverio, que ahora experimente la dureza del sufrimiento. En la soledad y el dolor, Manasés medita en todo lo que hizo y en sus consecuencias, y en la bondad y la misericordia del Dios al que afrentó, despreció y rechazó tozudamente. Y entonces, nos dice el pasaje de reflexión para hoy que, “luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres”.

Claro -podríamos pensar nosotros-, es muy fácil solucionarlo todo con una oración, luego de décadas de apostasía, violencia y maldad. Y dudamos del arrepentimiento de Manasés, pues creemos que es un acto de conveniencia, por causa del dolor.

Sin embargo, el Dios misericordioso no toma en cuenta nuestras sospechas, y “oyó su oración, y lo restauró a Jerusalén, a su reino”.

¿Oír la oración de este perverso rey, entregado a la voluntad diabólica, y responsable por la apostasía y perdición de su pueblo; y además obstinado en el mal, como lo demostró al no escuchar a los profetas de Dios que trataron de impedir su destrucción? Sí, aun a gente como Manasés escucha Dios, la perdona, y lo notable es que no solo oyó su oración, sino también lo restauró a Jerusalén, y aun a su posición como gobernante supremo de su pueblo, Judá.

Hoy, no importa en qué condición estés; qué terribles pecados hayas cometido o que aun en este mismo instante estén esclavizando tu vida. Si te vuelves en oración a Dios, como Manases, arrepentido y humillado delante de tu Dios, no importa la gravedad de tus pecados, hay perdón para ti; hay aceptación; hay limpieza, restauración y salvación.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie






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